22 de marzo de 2009

Mugabe y Keynes: únicos culpables de la hiperinflación de Zimbabwe


En este artículo publicado en el Instituto Juan de Mariana explico la hiperinflación de Zimbabwe, señalando a Mugabe como único culpable de la catástrofe que viven los zimbabwenses por aplicar políticas sociales y económicas que han fracasado una y otra vez.

De todos es conocido que Zimbabwe lleva toda esta década sufriendo una grave crisis económica. Con el dictador socialista octogenario Robert Mugabe en el poder desde la independencia del país en 1980, ha estado sumergida en una hiperinflación desde 2007. El que fuera uno de los países más ricos y prósperos del continente africano (no en vano se le denominó “el granero de África”) vio como su inflación se situaba en agosto a unos ¡230 millones por ciento! Un euro se cambiaba por 66.000 dólares zimbabwenses. La tasa de desempleo ya es superior al 90% y la moneda ha perdido totalmente su valor. Actualmente la oficina estatal de estadísticas ya ha dejado de publicar las cifras de inflación (por orden del gobierno), pero hay estimaciones que la sitúan en torno a billones por ciento. Parece claro que pasa por una de las hiperinflaciones más duras de la historia.

Esta espiral hiperinflacionaria fue iniciada y liderada por Mugabe cuando comenzó a implementar políticas inflacionistas, es decir, obligar al Banco de Reserva de Zimbabwe (RBZ) a incrementar la cantidad de dinero en el sistema económico para comprar la deuda emitida por su gobierno, lo que provocó una imparable subida de precios debido a la progresiva pérdida de valor de la moneda.

Los gobiernos utilizan la inflación para financiarse y poder realizar sus proyectos sin aumentar los impuestos (éstos son impopulares a partir de un cierto punto). En la Alemania de la Primera Guerra Mundial, por ejemplo, se recurrió a la inflación para financiar los enormes gastos bélicos. En el caso de Zimbabwe, se ordenó la impresión de billetes ex novo por parte del
Banco de Reserva para financiar el gran déficit fiscal ocasionado por las nacionalizaciones de explotaciones agrarias en el año 2000.

El gobierno empezó a apoderarse de las explotaciones agrícolas de los blancos (fuente de desarrollo del país) para entregárselas a los negros, argumentando que de esta forma la producción y la riqueza aumentarían notablemente, además de mejorar la situación de los negros después de haber sido explotados por los blancos durante tanto tiempo.

La realidad es que lo único que ha conseguido Mugabe ha sido generar la primera hiperinflación del siglo XXI, dejar sin trabajo a casi toda la población y causar hambrunas y miseria. Ha quebrado la economía del país, ya que la producción del sector agrícola se ha derrumbado y los inversores extranjeros se han retirado completamente. Todo ello ha terminado hundiendo el ingreso tributario del gobierno provocando un enorme déficit fiscal. El gobierno reconoció hace más de un año que el déficit fiscal equivalía por aquel entonces al 40-45% del PIB.

Lenin dijo: “¿Queréis destruir una nación? Primero destruid su moneda”. Eso es exactamente lo que habrá pensado Mugabe. Su gobierno socialista creó ese dinero nuevo para que fuese gastado y utilizado en unos determinados bienes y servicios, que aumentaron de precio antes que los demás. Esto significa que no todo el mundo se beneficia por igual de esas impresiones de dinero, porque cuando el dinero entra en la economía, hay unos agentes que lo reciben primero y se benefician de él (grupos privilegiados y otros amigos del gobierno), gastándolo y consumiendo esos determinados bienes y servicios antes de que su efecto se refleje en los precios. La inflación afecta a la población de manera diferente.

Los habitantes zimbabwenses creyeron en un primer momento que la subida de precios de ciertos bienes iba a ser pasajera y que después de un cierto tiempo los precios descenderían a su nivel anterior. Pero llegó un momento en que se dieron cuenta que no se iba a regresar al escenario preinflacionario, es decir, que los precios seguirían siendo mayores mañana que hoy. ¿Qué hace la gente en estas circunstancias? Deshacerse de sus saldos de caja comprando bienes (¡incluso aunque no los necesiten!) porque los billetes quedan obsoletos rapidísimamente. Como los precios varían incluso a lo largo del día, corren a hacer
colas en los bancos para retirar su dinero antes de que pierda todavía más valor. Los ciudadanos huyen del dinero y buscan sustituirlo por otros activos que conserven mejor el valor (principal función del dinero), comprando cualquier activo que pueda salvaguardar el valor de su riqueza. No es casualidad que se haya extendido el uso del oro, el dinero por excelencia.

El gobierno siguió gastando y el RBZ financiaba los gastos imprimiendo el dinero, pero la inflación nunca puede seguir indefinidamente. Tiene un límite: la muerte de la moneda. No importa si
Gideon Gono (presidente del RBZ) sigue introduciendo más dinero, si sigue quitando 10 ceros a la moneda o si pone en circulación nuevas denominaciones de billetes para frenar la falta de liquidez. Finalmente la demanda de saldos de caja cayó hasta cero.

Que los ciudadanos pierdan todo el valor de su riqueza sólo parece preocuparle a
Mugabe por una sencilla razón: pierde fuentes de financiación. En efecto, cuando el dólar zimbabwense colapsa, ya no puede ser utilizado como moneda de curso legal, por lo que ya no se puede exprimir más la imprenta. Pero tampoco puede recaudar más impuestos ni expropiar más tierras y bienes. ¿Cuál es la solución que ha tomado? Introducir una nueva moneda, es decir, permitir que los comercios acepten divisas extranjeras como forma de pago (la mayoría pone sus precios en dólares estadounidenses). Esta es la única manera que podrá seguir financiándose.

La verdad es que dos cosas parecen claras: que el ex-guerrillero no está dispuesto a
dejar el poder en absoluto (después de casi 30 años), y que la culpa de la catástrofe que viven los zimbabwenses es sólo suya y de las políticas socialistas basadas en teorías keynesianas que aplicó su gobierno.

Y es que esta hiperinflación es fruto de seguir aplicando las mismas recetas keynesianas que han fracasado una y otra vez, es decir, políticas monetarias inflacionarias con la falsa creencia de que hay que incrementar la cantidad de dinero y el gasto público para que el desempleo desaparezca y la demanda aumente. Son estas recetas y no otras, las que han derrumbado la economía del país causando la escasez de alimentos, medicinas, divisas y combustibles; son éstas recetas, las que han provocado que la esperanza de vida haya caído hasta los 36 años y la tasa de mortalidad para los niños de hasta cinco años se haya disparado al 65% desde 1990; y son éstas recetas, las que han forzado a millones de zimbabwenses a emigrar. En definitiva: son éstas recetas y no otras, las que han convertido a “la joya” de África en una verdadera
pesadilla.

11 de marzo de 2009

11-M: la irresponsabilidad del Estado


Este artículo es mi humilde homenaje a las víctimas del 11M, donde además comento qué significaron las acciones del Estado para los individuos.


Hoy se cumplen 5 años de los atentados del 11 de marzo de 2004, también conocidos como 11-M. Madrid sufrió el mayor atentado terrorista perpetrado jamás en España. Sus 191 muertos y más de 1.500 heridos hacen imposible olvidarlo.

Yo no voy a hacer ningún análisis partidista. Todos los partidos españoles se comportaron de forma bochornosa aquellos días, intentando rentabilizar electoralmente los atentados de forma vil. Era de esperar. No creo que ninguno deba salvarse. Todos están en el mismo saco. Me interesan las víctimas, y lo que creo que debo comentar es qué significaron las acciones del Estado para los individuos, con el objetivo de ver si éste sobrepasó sus funciones legítimas. Lo cual significa reflexionar brevemente sobre la política exterior del Estado español en aquel momento para ver su responsabilidad en este asunto.

Veamos. Aunque el gobierno no entró formalmente en guerra porque sólo envió tropas destinadas a aportar ayuda humanitaria, incrementó y fomentó la hostilidad de los países intervenidos. Creo que tiene cierta lógica pensar que el apoyar de forma muy notoria la intervención en Irak, tomar partido en conflictos y estacionar tropas en otros países tuvo sus consecuencias. Tratar de vigilar y “hacer un mundo mejor, libre y democrático” para todas las naciones tiene un coste.

Directa o indirectamente el gobierno español tomo una posición de intervencionismo militar y, desde mi punto de vista, las acciones del gobierno en este sentido no protegieron a sus ciudadanos, sino que pusieron en peligro su seguridad de forma innecesaria. Mi opinión es que el Estado nos debe proteger de las genuinas amenazas externas, y no creo que Irak fuese una amenaza seria contra el pueblo español.

NOTA: No quiero que se confunda mi posición con la de los socialistas del PSOE. La diferencia reside en que mientras yo defiendo la no-intervención como principio general, los socialistas se opusieron a la intervención en Irak simplemente para sacar rédito político. La prueba está en que no tienen inconveniente en intervenir y enviar tropas a otros países siempre que lo consideran oportuno (véase
Afganistán, Kosovo, Bosnia, Líbano, Kirguistán, Chad, Yibuti y otros países) o en vender armas a China, Cuba y Venezuela. Repito que no quiero que se identifique mis opiniones con la de ningún partido político. Creo que la diferencia entre el núcleo de mis posiciones y las suyas es abismal.

Volviendo a la cuestión. En cuanto a libertades individuales, no hay que olvidar que el intervencionismo militar siempre supone, en mayor o menor medida, la violación sistemática y creciente de derechos individuales y la expansión de la organización estatal. No sólo son sistemáticamente incapaces de cumplir su promesa de protegernos (función básica del Estado) y prevenir ataques terroristas sino que, además, utilizan las crisis para ampliar e incrementar su poder a expensas de las libertades y propiedades de sus ciudadanos/súbditos.

Con estas medidas intervencionistas sobre otros países, los gobiernos dificultan la armonía y la cooperación entre los ciudadanos del país y la gente de otras naciones. En vez de buscar el reducir los impuestos, el gasto militar y fomentar el libre comercio con otras naciones, hacen todo lo contrario. No contribuyen a la apertura y prosperidad económica y, desde luego, no contribuyen a “hacer el mundo mejor para todos nosotros y nuestros hijos”.

¿Quiénes pagaron el coste de los errores del Estado? Los mismos de siempre: los ciudadanos. Gente inocente, humilde y trabajadora, ajena a los conflictos creados por los Estados. Personas anónimas que se habían levantado esa mañana, como cada día, para ir a trabajar o estudiar con el objetivo de mejorar sus vidas y las de sus familias. Ciudadanos corrientes, de carne y hueso, que no persiguen los intereses y fines de un grupo de burócratas dictatoriales (sean del partido que sean), sino los suyos propios.

Nosotros deberíamos perder la inocencia de una vez por todas, y ellos deberían ser
homenajeados y no olvidados. Descansen en paz.


24 de febrero de 2009

Mises y la búsqueda de leyes universales que rigen la cooperación social


Me han publicado un artículo en la revista La Escuela Austríaca en el Siglo XXI de la Fundación Hayek con el título:

LUDWIG VON MISES Y LA BÚSQUEDA DE LAS LEYES UNIVERSALES QUE RIGEN LA COOPERACIÓN SOCIAL

Como dice Adrián Ravier (editor) en la presentación de la revista, en mi artículo ofrezco una defensa de la epistemología miseana, al mismo tiempo que presento una fuerte crítica al historicismo, al positivismo y al empirismo metodológico. También explico que para Mises, la sociedad debe organizarse de la forma que es posible organizarla, esto es, de acuerdo a las leyes que rigen la cooperación humana y no en base a cualquier utopía política.

Podéis verlo aquí (de la página 27 a la 32)

Los artículos de la revista son realmente interesantes y recomiendo mucho su lectura. El índice de la revista es el siguiente:

Una Entrevista con Ludwig Lachmann
Richard Ebeling y Gary Short

James M. Buchanan: La Política según un Economista
Adrián O. Ravier

El Mito del Monopolio Natural
Thomas J. DiLorenzo

Ludwig von Mises y la Búsqueda de las Leyes Universales que rigen la Cooperación Social
Juan Morillo Bentué

Los Efectos de la Práctica Democrática
Nicolás Cachanosky

No coloco aquí mi artículo entero debido a su extensión. De todas formas escribo aquí varios fragmentos sueltos, aunque recomiendo su lectura entera (a quien le puedan interesar estos temas…).

La investigación epistemológica de Mises estuvo dirigida a oponerse y combatir a los principales paradigmas que han dominado la ciencia económica: el empirismo, el historicismo y el positivismo.

Hay quienes han expuesto que la metodología de Mises es una construcción para apoyar su pensamiento liberal. Esto es falso. […] Si hay algo que busca Mises por encima de todo es construir una ciencia objetiva, es decir, una ciencia cuyas enseñanzas resulten válidas para todo tipo de actuación, independientemente del fin a que se aspire. Por el contrario, el enfoque político (ya sea liberal, socialista, nacionalista, comunista u otro) posee contenido subjetivo. Desea conseguir una serie de fines.

Para Mises, la sociedad debe organizarse de la forma que es posible organizarla, esto es, de acuerdo a las leyes que rigen la cooperación humana y no como “le plazca a cada uno”.

Mises creía en la existencia de leyes universales que rigen la cooperación social. Éstas son, según Mises, tan válidas, exactas y verdaderas como las de las ciencias naturales. Hay que estudiar las normas rectoras de la acción humana y de la cooperación social “a la manera como el físico examina las que regulan la naturaleza” aunque en el orden social no se da esa regularidad fenomenológica que observamos en el campo del funcionamiento del razonar humano y en el de los fenómenos naturales. Es necesario investigarlas y descubrirlas para que la Praxeología y su rama más desarrollada, la economía, “no sea una disciplina normativa de lo que debe ser”.


9 de febrero de 2009

La imposibilidad de predecir la conducta humana


En este artículo publicado en el IJM hablo de la imposibilidad de predecir la conducta humana, especialmente mediante las corriente de pensamiento que se basan el paradigma estímulo-respuesta.

Existen corrientes de pensamiento en psicología que desean explicar el comportamiento humano en función de los estímulos del medio ambiente ya que consideran que éstos moldean y controlan las acciones de las personas. Plantean que la conducta (y no la mente o la psique) debe ser el objeto de estudio de la psicología porque responde siempre a factores externos al propio individuo, los cuales son observables, visibles, empíricos.

Siguen, por tanto, una línea positivista que valora los hechos en sí mismos, es decir, todo aquello que es medible. Expresan que sólo cabe hacer ciencia de lo observable porque es lo único objetivo. Todo lo demás carece de rigor científico.


En realidad, estas líneas de pensamiento surgieron del intento de desarrollar una psicología objetiva en contraposición a una psicología subjetiva con el objetivo de que la psicología tome carta de naturaleza científica. De esta manera, dicen, la psicología se convertirá en ciencia al eliminar todo aquello que no pueda ser observado y medido “objetivamente”. Entrará en el dominio de la ciencia ya que no solamente se podrá conocer, sino que también se podrá predecir. El objeto de las investigaciones no será el de describir la conducta humana sino formular leyes que permitan predecirla.

Para ello, abordan el estudio de la conducta humana basándose en el paradigma estímulo-respuesta (E-R), en donde el estímulo es cualquier factor externo o cambio en la condición fisiológica del animal, y la respuesta es la reacción o conducta frente a tal estímulo. El método utilizado será la experimentación u observación controlada, es decir, el empleado en de las ciencias naturales.

Aquí nos interesa señalar una de las conclusiones a las que llegan y persiguen: si la conducta puede condicionarse, la psicología podrá predecir y controlar la conducta de la misma forma que ocurre con los objetos de estudio en las demás ciencias naturales. Las actividades humanas podrán ser explicadas si se reconoce la respuesta a un estímulo, como si de una máquina se tratase.

Arguyen que si supiésemos todos los estímulos a los que está sometido una persona, podríamos predecir su comportamiento. Watson, fundador del conductismo, creyó que controlando los estímulos del ambiente se podía incluso moldear el carácter de las personas en la dirección deseada. Basta con cambiar convenientemente esos factores externos para obtener la conducta deseada en un individuo.

El gran error de estas “teorías” que tratan de dotar a la psicología de objetividad es no darse cuenta que: no son los estímulos los que determinan la acción humana y la conducta, sino nuestras creencias, pensamientos y juicios de valor. Dicho de otra manera: es la interpretación que el ser humano da a los estímulos recibidos la que determinará su respuesta. El ser humano no es un agente pasivo al cual el ambiente influye sin que exista reciprocidad.

Las teorías basadas en el paradigma E-R no pueden explicar por qué, dada una determinada situación o estímulo, dos personas pueden actuar de forma distinta. Incluso que una misma persona que se encuentra dos veces ante la misma situación pueda reaccionar de manera distinta aunque se mantengan las condiciones. La Ley del Efecto de Thordike, según la cual cualquier acto que produzca un efecto satisfactorio en una determinada situación tenderá a ser repetido en esa situación, está claramente equivocada y no tiene sentido al querer aplicarla al ser humano.

El paradigma E-R presenta una lógica mecanicista dentro de la cual se le niega al hombre toda su autonomía, toda capacidad de generar sus propias conductas y
toda posibilidad de darle un sentido a su acción.

Y es que si quisiéramos explicar las acciones concretas o la conducta de una persona, deberíamos tener en cuenta toda la historia personal del individuo, es decir, movilizar toda su experiencia anterior.

Y aquí entramos en otro gran error de las teorías del E-R: la tendencia a quedarse en los hechos directamente observables/experimentales (aspiración empírico-positivista). No tienen en cuenta cuestiones que afectan la toma de decisiones pero que no se pueden medir, por lo que establece que el hombre es idéntico a su comportamiento, es decir, que se reduce a meros actos o reacciones estímulo-respuesta.

Caen en un simplismo reduccionista al intentar aprehender la complejidad de toda la conducta reduciéndola a asociaciones (más o menos complejas) de estímulos y respuestas. Reducen la psicología a fisiología al suponer que toda la conducta de los seres vivos puede interpretarse fisiológicamente. También reducen lo psíquico a la conducta ya que convierten a la mente a una especie de caja negra en la cual ciertas nociones como las emociones, la personalidad, los pensamientos, la conciencia, la intuición, las ideas, el yo, los sentimientos, las intenciones, no tienen sentido, cabida ni interés real. No tienen en cuenta que la vida mental del ser humano es un factor de su conducta.

La predicción de las acciones concretas de un individuo no es, por tanto, un “problema tecnológico” ya que hay aspectos que orientan la conducta que nunca podrán ser registrados. No solamente no son tangibles/físicos, sino que el propio individuo sólo es consciente de una minúscula parte de ellos, ya que desde las intuiciones (más o menos correctas) de Freud sabemos que el ser humano no es completamente consciente de lo que le mueve a tomar decisiones y a actuar de una manera concreta (“el yo no es dueño y señor en su propia casa”).

Pero es que aunque la medición de todos los factores que condicionan la acción fuera posible (cosa que a todas luces hemos visto que es imposible), la predicción de la conducta y comportamiento humano seguiría siendo imposible. Y esto es debido a que el hombre actúa en base al conocimiento que tiene en el momento presente de la acción. Pero el conocimiento de las personas varía en el tiempo debido a que aprenden e incrementar su información. La implicación de este hecho es que un individuo no puede predecir su comportamiento en el futuro porque desconoce el conocimiento que tendrá en ese momento. No puede saber cómo actuará en base a un conocimiento que no existe. Desconoce en qué manera variará su conocimiento con respecto al que posee actualmente porque todavía no lo ha adquirido. La posibles causas de nuestras acciones sólo pueden ser explicadas y reconstruidas después de los eventos, de la misma forma que uno sólo puede explicar su conocimiento únicamente después de que lo posee. Así que, aunque pudiéramos conocer todos los estímulos y factores que determinan la acción de una persona en el presente, no podríamos predecir su comportamiento en el futuro porque se basará en un conocimiento/información que variará y se incrementará desde ahora hasta ese momento de una forma que actualmente desconocemos.

En realidad, estas teorías del E-R están basadas en la “psicología” animal (y la psicología infantil), siendo sus métodos procedimientos de éstas en lo capital. Sin embargo, el principio de continuidad física (evolutiva) de los animales al hombre no justifica la extrapolación de la metodología y los resultados de las investigaciones realizados con animales al ser humano. Resulta absurdo y carece de validez científica el tratar de explicar comportamientos humanos tremendamente complejos (lenguaje, moral, sociedad, creación artística) a partir de respuestas simples de animales (por ejemplo, una paloma apretando una palanquita).

Y es que los animales no elaboran teorías e ideas de cómo las cosas son o deberían ser. No interpretan la realidad ni el mundo. No se puede hablar, en definitiva, de procesos de conciencia ni de psicología animal. Es un error forzar e intentar buscar facultades intelectuales del hombre en los animales.

Utilizar la misma metodología para el estudio de animales y seres humanos sería negar esta diferencia entre ellos, y llevaría a tomar el presupuesto ontológico de que el ser humano carece también de procesos de conciencia. Bajo su apariencia de ciencia, su valor experimental no va más allá de un exitoso y ya conocido adiestramiento de animales. La verdad, como dijo Russell, es que “de estos puntos de vista sólo ha surgido sabiduría animal”.


12 de enero de 2009

Las crisis económicas y el desempleo


En este artículo comento la relación y la causa del gran desempleo que se produce durante las crisis económicas. Se ha publicado en el Instituto Juan de Mariana.


Las inyecciones de nuevo dinero en la economía resultado de políticas monetarias expansivas conducidas por los bancos centrales son las verdaderas causantes del aumento masivo del desempleo en tiempos de crisis, y no un error de los “animal spirits” de los empresarios como pensaba Keynes.

Como ya señalamos, el nuevo dinero introducido por los mercados crediticios lleva a los tipos de interés por debajo de su nivel natural. Por un lado, esto desincentiva a los consumidores a ahorrar y, por otro, hace que las empresas emprendan nuevos proyectos de capital que parecen atractivos y rentables. En el momento en que el banco central reduce las inyecciones para no caer en inflaciones descontroladas, los tipos de interés se ajustan hacia arriba. En este momento los empresarios se dan cuenta que sus proyectos no son rentables, es decir, que han invertido mal los recursos. Deben liquidar sus proyectos, lo cual implica despedir a trabajadores. Por tanto, son los gobiernos y los bancos centrales los que han provocado este nivel de desempleo masivo al hacer que los empresarios reciban señales falsas debido a la expansión crediticia iniciada por el sistema bancario sin respaldo de ahorro voluntario.

Llegados a este punto, los trabajadores que se dedicaban a producir en las empresas más alejadas del consumo tendrán que ser recolocados en las empresas más próximas al mismo. Mientras esta recolocación de trabajadores y recursos no se produzca, la crisis no cesará. Cualquier otro intento de los gobiernos, los sindicatos y muchas empresas para evitar un descenso de los salarios y los precios nominales sólo llevará a incrementar todavía más el desempleo y a paralizar más la economía.

Los gobiernos deberían dejar de emprender proyectos de gasto público, ya que impiden que los trabajadores recolocarse en proyectos verdaderamente demandados por la sociedad. En este sentido, hay que eliminar la idea económica keynesiana de que “el Estado debe estimular el trabajo en tiempos de crisis aunque sea cavando zanjas para luego volverlas a tapar”, ya que no se trata de producir por producir, sino que la producción sea de utilidad para la demanda.

Si lo que se desea realmente es disminuir el número de desempleados, la solución pasa por reducir el gasto público, reducir los impuestos, reducir la deuda pública, y flexibilizar los mercados laborales (es decir, que estén libres de coacciones estatales y sindicales) para que no sean tan rígidos como actualmente. Sólo de esta manera se puede favorecer la imprescindible movilidad laboral que llevará a descender el número de desempleados y a superar esta dolorosa crisis.

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15 de diciembre de 2008

Hay que privatizar la moneda


En este artículo explico una de las condiciones para alcanzar un sistema monetario sano: eliminar el monopolio gubernamental sobre la moneda. Se ha publicado en el Instituto Juan de Mariana.

Cuando explicamos los motivos por los cuales se producen las crisis económicas, aconsejamos que para prevenirlas y alcanzar un sistema monetario sano sería necesario que la abolición de los bancos centrales fuese acompañada de la privatización del dinero. Dicho de otra manera: hay que eliminar el monopolio gubernamental sobre la moneda, que es una institución vital para la vida económica ya que sin ella no habría precios y se limitarían considerablemente los intercambios.

La primera idea importante con respecto al dinero es que no son los gobiernos los que dan valor al dinero ni los que deciden qué es dinero. Señaló Menger que sólo podemos entender el
origen del dinero si consideramos este procedimiento social como un resultado espontáneo, es decir, como consecuencia no prevista de los esfuerzos individuales.

Y es que el dinero surge al intentar solucionar los problemas que presenta el trueque (intercambio directo). A lo largo de la historia se han utilizado muchos bienes distintos como medio de intercambio: ganado, sal, café, azúcar, esclavos, seda, entre otros. Sin embargo, finalmente se llegó en casi todas las zonas y culturas a utilizar los metales como medio de intercambio. En especial la plata y
el oro. Lo cual nos demuestra que estos bienes cumplen mejor las funciones de dinero que el resto de bienes. Por tanto, es la gente, mediante un procedimiento de prueba y error, la que decide en qué bien o bienes conservar su riqueza.

De la misma forma que el lenguaje, el mercado o el derecho, la moneda debe caer dentro del concepto de orden espontáneo. La salud de la moneda sólo se consigue permitiendo emisores privados que compitan, ya que sólo de esta manera podemos descubrir empresarialmente qué dinero es más conveniente para la gente.

Los productores de dinero intentarán descubrir oportunidades de ganancia y aprovecharlas en un proceso dinámico sin fin, rivalizando unos con otros en el ofrecimiento de beneficios. Pese a que no podemos saber los resultados concretos de un mercado de dinero que evoluciona libremente, White señala algunos servicios que podrían ofrecer: convertibilidad fácil, formas y tamaños convenientes, colores atractivos, seguros contra falsificaciones y un conjunto ventajoso de valores nominales, entre otros. Evidentemente, el monopolio gubernamental de la moneda hace imposible la función y el descubrimiento empresarial que llevaría a cabo este proceso.

Las consecuencias de que se nos haya expropiado el dinero, es decir, de utilizar papel moneda no convertible en un entorno de curso forzoso, son altamente perjudiciales. Por un lado, el papel moneda inconvertible es un bien que la gente no desea por sí mismo porque no cumple la función principal del dinero: la conservación de valor. Es por ello que la gente tiene que
trasladar riqueza a bienes como la propiedad inmobiliaria, las materias primas o las acciones. El papel moneda sólo se utiliza para realizar pagos.

Por otro lado, aumenta notablemente el poder y el intervencionismo de los gobiernos. Se entra (a partir de 1971) en la “era de la inflación” (Rueff), ya que los gobiernos la utilizan como recurso. Hasta que fue expropiado por el Estado, el oro impedía a los gobiernos expandir la oferta crediticia exógenamente, porque el oro no podía ser creado “de la nada”. Ya no existe la preocupación de conservar las suficientes reservas metálicas para hacer frente a sus compromisos.

Sencillamente, un mercado competitivo de dinero es la mejor garantía contra la inflación. Hay que eliminar el curso forzoso legal y todas las restricciones legales sobre la moneda porque destruye el proceso de descubrimiento empresarial y limita las opciones de medios de intercambio.

Por ello, Hayek afirmó que los gobiernos han explotado sistemáticamente el monopolio de la moneda en beneficio propio y en perjuicio de la población, y añadió que “espero que no se tarde mucho en comprender que la libertad en utilizar la moneda que libremente se prefiere constituye una marca esencial de un país libre”.


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8 de diciembre de 2008

Homeschooling y división del trabajo


En este artículo hablo acerca del homeschooling y su relación con la división del trabajo. Se ha publicado en Asturias Liberal.


Recientemente leí un interesante artículo de Joaquín Santiago en el Instituto Juan de Mariana y reproducido en Asturias Liberal titulado Educar en Casa. En uno de los comentarios, José Carlos Rodríguez comentaba que, pese a que él apoya totalmente la libertad de educar en casa, considera que esto supone un “paso atrás en la división del trabajo”. Creo que es erróneo plantear esta idea en el actual debate, ya que su formulación lleva implícita otra idea que considero equivocada: que el ser humano individual debe favorecer la división del trabajo.

Ciertamente, todos estamos de acuerdo que la división del trabajo es un fenómeno social fundamental. Es, sin duda, una de las bases de la generación de riqueza de la sociedad. Todas nuestras necesidades actuales serían imposibles de alcanzar sin la división del trabajo. Sencillamente, a menor división del trabajo y especialización, menor número de necesidades podemos cumplir y proponernos alcanzar.

Pero esto no significa que nadie este obligado a “contribuir” a ella. Nadie está obligado a contribuir a una especie de División del Trabajo Universal de la misma forma que nadie está obligado a intercambiar bienes. La división del trabajo no es un proyecto deliberado de la humanidad en su conjunto, sino una happy coincidence, una consecuencia involuntaria y espontánea. De ahí que incluso no sean necesarios grandes conocimientos teóricos de lo que significa la división del trabajo para participar en ella.

Tendría sentido hablar de “pasos atrás” en la división del trabajo sólo cuando el poder político toma alguna medida que distorsiona la libre actuación de los individuos impidiendo y dificultando que aumenten su especialización. Es decir, cuando se impide la especialización voluntaria por medio coactivos.

Pero decir que un padre que educa a su hijo en casa no contribuye a la división del trabajo sería lo mismo que decir que yo no estoy contribuyendo a la división del trabajo si arreglo un mueble de mi casa que se ha roto, si coso un botón de un vestido, si me hago la comida o si arreglo el Internet de mi casa cuando falla. ¿Por qué se debe favorecer necesariamente la división del trabajo en todos estos casos? Simplemente, no tiene sentido desde una perspectiva individualista.

Lo único real es que a los individuos los mueve el deseo de mejorar SU situación individual, es decir, pasar de una situación menos satisfactoria a otra más satisfactoria. Sólo existe la búsqueda del interés individual, que evidentemente puede tener componentes altruistas. El ser humano valora las distintas opciones que se le presentan y debe elegir la que subjetivamente cree que es la más adecuada para satisfacer sus fines. Por tanto, el ser humano sólo coopera y colabora con otros si cree subjetivamente que obtendrá un beneficio (ya sea espiritual o material).

Si la cooperación no brindara ningún beneficio, el ser humano no tendría ningún incentivo para llevarlo a cabo. Una persona puede elegir no intercambiar el servicio de la educación de la misma forma que puede no intercambiar otro servicio, que es precisamente el caso de los padres que deciden educar a su hijo en casa. Consideran que nadie puede ofrecer un mejor servicio de educación a sus hijos, y por lo tanto, no intercambian. Prestan el servicio ellos mismos. Simplemente eso. No están obligados a favorecer la división del trabajo, sino a dar la mejor educación posible a sus hijos.


17 de noviembre de 2008

Hay que abolir los Bancos Centrales


En este artículo publicado en el IJM explico los motivos por los que hay que abolir los bancos centrales si se desea llegar a un sistema monetario sano.


En un artículo anterior comenté que una de las condiciones para un sistema monetario sano era la derogación de la legislación bancaria y la abolición inmediata de los bancos centrales. Esto suele parecer una medida sorprendente e incluso extremista, ya que casi todo el mundo parece aceptar que el gobierno debe ostentar el monopolio de la emisión de dinero. Sin embargo, bajo mi punto de vista, esto carece de base teórica y no encuentro ninguna justificación para que el gobierno tenga este monopolio.

Y es que las crisis bancarias y crisis económicas de carácter cíclico son inseparables de la manipulación monetaria como ya
vimos: las políticas expansionistas crean unos tipos de interés artificialmente bajos que crean la sensación de que hay un mayor ahorro disponible, es decir, que ha habido un cambio de preferencia temporal, lo que induce a que se invierta en proyectos antieconómicos.

La idea de fondo del paradigma dominante en cuestiones monetarias que impregna y justifica la intervención monetaria es que puede existir una adecuada manipulación de la oferta monetaria y los tipos de interés que fomente un crecimiento estable y sostenido.

El problema de esta idea es no entender que el tipo de interés es claramente un fenómeno de mercado. Es un importante precio de mercado que relaciona los bienes presentes con los bienes futuros. En los procesos empresariales de coordinación intertemporal tiene un papel protagonista porque regula la relación entre consumo, ahorro e inversión.

El ajuste de los comportamientos presentes y futuros lo realiza la función empresarial en el mercado de intercambio de bienes presentes por bienes futuros. Es en este mercado en donde se fija el tipo de interés, y está constituido por toda la estructura productiva de la sociedad, en la que los ahorradores (oferentes o vendedores de bienes presentes) renuncian al consumo inmediato y ofrecen bienes presentes a los propietarios de los factores originarios de producción y bienes de capital a cambio de obtener un mayor valor de bienes en el futuro.

No importa si la autoridad monetaria decide expandir, contraer o dejar intacta la masa monetaria: cualquier decisión que tome distorsionará los precios relativos. Los dirigentes de los bancos centrales forzosamente se equivocan porque sus decisiones serán distintas de las que se hubieran adoptado en los procesos de mercado.

Además, decía Mises que ninguna ley económica es más impopular que esta: que los tipos de interés son, a largo plazo, independientes de la cantidad de dinero, porque ni siquiera la expansión de crédito más grande puede cambiar la diferencia de valoración entre bienes presentes y bienes futuros.

No se entiende como algunos liberales se oponen a la existencia de órganos de planificación central cuyo objetivo sea el de establecer los precios de distintos bienes y, sin embargo, deseen mantener los bancos centrales, que no dejan de ser órganos de planificación central que pretenden establecer tasas de interés. Hay que abolir los bancos centrales de la misma forma que se deben abolir cualquier organismo de planificación central.

Sencillamente, los tipos de interés son precios, y el mercado es el único instrumento que permite conocer cuales son las preferencias de los ahorradores y de los consumidores. Los bancos centrales han usurpado el papel del mercado en la esfera monetaria. No existe un criterio objetivo para fijar un tipo de interés. Por tanto, no se puede hablar de que los tipos sean altos o bajos porque no hay un punto de referencia que se pueda tomar para fundamentar esta afirmación. Conceptos como el “fine tuning” o la “cantidad óptima de dinero” carecen de sentido y deberían ser eliminadas de los manuales de economía.

El intervencionismo monetario no puede conseguir lo que se propone y está condenado al fracaso. No puede hacerlo porque no es teóricamente posible que los dirigentes y funcionarios de los bancos centrales dispongan de la información necesaria para dar contenido a sus mandatos. Por un lado, es lógicamente imposible debido a que la información relevante es práctica, se encuentra dispersada en la mente de todos los hombres de forma tácita y, por tanto, no es articulable. No puede ser formalizada y no se puede concebir la transmisión de esta información al órgano director. Y por otro lado, aunque fuera transmisible, el órgano de planificación central no podría asimilar e interpretar el inmenso volumen de información necesaria.

Lo único que se consigue con la existencia de los bancos centrales es provocar una generalizada mala inversión de los recursos y factores productivos e imposibilitar que se descubran las situaciones de desajuste que se dan en la sociedad. Por lo tanto, genera descoordinación y desajuste, porque los agentes actúan de manera contradictoria y sin darse cuenta de que cometen errores sistemáticos. Lo cual acabará en la falta de calidad de los bienes y servicios e incluso en problemas de escasez. Curiosamente, se utiliza esta descoordinación social para justificar ulteriores dosis de intervención.

Hayek señaló que un organismo monopolista único no puede poseer la información que permite determinar la oferta de dinero, y añadió que, “incluso si supiera lo que debe hacer en beneficio del interés general, habitualmente no estaría en disposición de actuar de ese modo”.

Y es que hay que ser muy ingenuo para creer que los funcionarios gubernamentales y los directivos de los bancos centrales son guardianes desinteresados de nuestro bienestar que no intentarán buscar privilegios y réditos políticos mediante el monopolio de la emisión de moneda.

En este sentido, la autoridad monetaria puede beneficiar a sectores o industrias por motivos políticos simplemente obligando a los bancos a ampliar el crédito a la vivienda o a la agricultura, por ejemplo. Otra manera de conseguir rédito político es seguir una política monetaria expansiva en los años electorales. De esta manera se consigue una reducción temporal del desempleo a muy corto plazo, que puede hacer que los votantes se decanten por el partido que está gobernando. Es lo que sucedió en la reelección de Nixon en 1972. Evidentemente a largo plazo este tipo de políticas son económicamente destructivas, pero pueden hacer que el poder político consiga su principal fin, que no es otro que perpetuarse en el poder.

Otro motivo para eliminar los bancos centrales es que no pagarán por sus errores como sí que lo haría un empresario o cualquiera de nosotros en un mercado libre. En este sentido, L. H. White comparaba su funcionamiento con el de un Imperio. La eliminación del monopolio de la emisión de dinero haría mucho más difícil el intervencionismo y control estatal de la economía.

La existencia de una sociedad libre implica necesariamente la compresión de los fenómenos monetarios. El desconocimiento teórico en este campo lleva a grandes dosis de intervencionismo y coacción estatal. De ahí que Hayek considerase que la historia es la historia de la inflación generada por los gobiernos para su propio beneficio.

Es verdad que los fenómenos monetarios son mucho más complejos, abstractos y difíciles de entender que los de otros campos. Incluso un pensador de la talla de Hayek llegó a defender el monopolio gubernamental en materia monetaria en Los Fundamentos de la Libertad. Afortunadamente cambió su postura en su ensayo posterior La Desnacionalización del Dinero. Rectificar es de sabios, y Hayek lo era. ¿Lo seremos nosotros?

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Sobre las crisis económicas, los planes y demás intervenciones


7 de noviembre de 2008

Sobre la paradoja del valor: ¿por qué los diamantes cuestan más que el agua?


En este artículo hablo acerca de "la paradoja del valor", es decir, por qué hay ciertos bienes (diamantes, oro) que tienen más valor que otros bienes más vitales para el ser humano (agua, comida). Se ha publicado en Asturias Liberal.


He recibido un mail en el que se me pregunta por qué los alimentos o el agua, siendo “vitales” para el ser humano, valen menos que los diamantes o el oro. Se trata de una cuestión clásica que se ha denominado “la paradoja del valor”. Trataré de responder lo mejor que pueda.

En efecto, la paradoja del valor (o paradoja de los diamantes y el agua) es una paradoja dentro de la economía clásica que expresa que, aunque el agua es más vital para el ser humano que los diamantes, éstos tienen un precio mucho más alto en el mercado. Adam Smith menciona la paradoja en La riqueza de las Naciones. De todas formas, Adam Smith no fue el primero en notar la paradoja. Nicolás Copérnico, John Locke, John Law y otros habían intentado explicar la disparidad en el valor entre el agua y los diamantes. Esta paradoja fue solucionada por Carl Menger (padre de la escuela austríaca), Jevons y Walras casi simultáneamente.

Veamos. El
valor de un bien (utilidad) es la apreciación subjetiva más o menos intensa que el actor da al medio que piensa que servirá para satisfacer un fin. Conforme el fin tenga más importancia, el valor del medio será más alto. El hombre al actuar decide entre las diversas posibilidades ofrecidas a su elección. La discriminación es inherente a la acción humana porque los medios son escasos. Habrá, por tanto, un proceso de elección, ya que el actor preferirá una opción a las demás dependiendo de su escala valorativa. Dice Mises que cuando el hombre actúa, “se representa mentalmente una escala de necesidades o valoraciones con arreglo a la cual ordena su proceder”.

El valor de los bienes en esta escala valorativa no depende de su valor vital, sino de la utilidad de una determinada cantidad de bien. El ser humano no toma decisiones en términos generales/globales (toda el agua frente a todos los diamantes), sino que según el contexto de acción en que se encuentre, las decisiones se efectúan en base a unidades relevantes de bien perfectamente intercambiables para ese contexto en el que se esté implicado. No suele ser común que la unidad relevante sea toda el agua o todos los diamantes del mundo.

Pongamos un ejemplo. Imaginamos a una persona que está en un desierto a punto de morir de sed y de insolación. Su escala valorativa sería la siguiente:

(1) 1º vaso de agua (para sobrevivir)
(2) sombrero (evitar la insolación)
(3) 1º racimo de dátiles
(4) 2º vaso de agua
(5) 2º racimo de dátiles
(6) 3º vaso de agua

En este contexto, la unidad relevante es un vaso de agua, no toda el agua del mundo. Y toma decisiones enfrentando un vaso de agua más o menos frente a un racimo de dátiles más o menos y un sombrero.

Pues bien, el criterio por el que se asigna valor a un bien concreto está determinado por la importancia que tienen las necesidades de más baja prioridad que ese bien puede satisfacer con la cantidad disponible. Es decir, el valor de un bien será el valor de la menos importante de las necesidades que asegura ese bien. Dicho de otra manera, el valor de cada una de las unidades relevantes perfectamente intercambiables vendrá determinado por el valor que tenga la última unidad relevante de bien en la escala valorativa. A esta utilidad se la denomina utilidad marginal, porque está “en el margen” de la escala valorativa. Es a este nivel de importancia que la persona valora la disponibilidad de un bien, aunque ese mismo bien pueda satisfacer necesidades de mayor importancia. Es de esta manera que Menger solucionó la paradoja del valor al introducir la utilidad marginal.

En el ejemplo anterior, cada vaso de agua tiene la importancia del tercer vaso de agua. Es el tercer vaso de agua el que determina el valor de todos los demás, y no el primero. Si pierde un vaso de agua habrá perdido el 6º fin/satisfacción, no el primero (no morir de sed). Por tanto, si tiene que elegir entre perder un vaso de agua o los dátiles, preferirá perder el vaso de agua, porque es el último fin dentro de su escala valorativa. Sólo decidirá no perder el agua si el dilema es quedarse con toda el agua y con todos los dátiles.

Vemos que cuanto mayor sea la cantidad de que dispongamos de un bien tanto menor será el placer que nos produzca cada unidad y tanto más bajo será también el lugar que ocupe dicho bien en nuestra escala de valores. El valor de la unidad marginal es cada vez menor, debido a que se asigna a un fin que también se valora cada vez menos. La ley de la utilidad marginal es decreciente.

Además, la caída o descenso de la utilidad marginal es más pronunciada cuanto más vital y urgente es un bien. La necesidad de estos bienes (agua y comida) es muy poco elástica, llegando relativamente rápido a la saturación.

Resumiendo. El valor que otorgamos al agua no está determinado por la utilidad de un vaso de agua que nos salvaría la vida (utilidad infinitamente grande como es lógico), sino por la utilidad del agua que empleamos para bañarnos, por ejemplo. Por eso valoramos más el oro y los diamantes que el agua, porque existe tal cantidad de agua que podemos satisfacer necesidades de muy escaso valor para nuestro bienestar, como regar las flores o tirarnos globos de agua.


22 de octubre de 2008

Sobre las crisis económicas, los planes y demás intervenciones


En este artículo publicado en el Instituto Juan de Mariana trato de explicar muy brevemente qué es una depresión económica, qué efectos tienen las intervenciones, cómo evitarlas, cómo salir de ellas y el motivo por el que los planes y rescates no solucionan ninguna crisis.


La verdad es que la crisis actual es dolorosa pero instructiva e interesante. Es asombroso ver que, siendo las administraciones las culpables de los orígenes de las crisis, se presentan como únicos y verdaderos salvadores; que los gobiernos de los principales países del mundo proponen medidas para solucionar la crisis que son simplemente parches para un sistema monetario que está enfermo de raíz; que el desconocimiento que tiene la opinión pública sobre las crisis económicas y las causas que las producen; y aún más, si cabe, hasta dónde puede llegar la retórica antiliberal y la indignante afinidad psicológica al intervencionismo que tiene la inmensa mayoría de los ciudadanos-contribuyentes.

Trataré de explicar brevemente qué es una depresión económica, qué efectos tienen las intervenciones, cómo evitarlas, cómo salir de ellas y el motivo por el que los planes y rescates no solucionan ninguna crisis.

Empecemos por el principio. ¿Qué es una depresión económica? Es la fase en que se reajusta la estructura productiva (conjunto de etapas en que se encuentra dividido el proceso de producción) que se ha visto distorsionada por la inflación, entendiendo ésta no como el aumento generalizado de precios, sino como el incremento de la cantidad de dinero en el sistema económico como consecuencia de políticas intervencionistas de expansión crediticia, que suele producir, aunque no siempre, un aumento de los precios porque la moneda pierde valor.

El envilecimiento de la moneda no sólo hace que ésta valga menos, sino que además distorsiona totalmente la estructura productiva. Habitualmente esto se efectúa mediante la concesión de facilidades crediticias a los bancos y reducción los tipos de interés.


Ésta es la raíz de las crisis, ya que al reducir los tipos de forma arbitraria, se fomenta que los bancos sean más flexibles y proclives a conceder créditos ya que se encuentran respaldados por los bancos centrales. Esta reducción de tipos hace que los empresarios vean como rentables negocios que en realidad no lo son. Emprenden nuevos proyectos de inversión más largos, contratando a trabajadores y comprando bienes de capital. Se les induce a actuar como si el ahorro de la sociedad se hubiese incrementado, cuando la realidad es que se trata de dinero inflacionario que han creado artificialmente gobiernos y bancos.

Evidentemente, tarde o temprano se pone de manifiesto que este aparente boom (como le gusta decir al profesor Huerta de Soto) no tiene base y se derrumba. El profesor Huerta señala tres reacciones o efectos: primero, los empresarios se dan cuenta que el precio de los factores de producción aumenta, por lo que los costes reales son bastante más elevados de lo que habían previsto; segundo, se produce un gran aumento en el precio de los bienes de consumo porque su demanda aumenta mucho y porque disminuye la oferta de esos bienes; y tercero, se da un notable aumento de los tipos de interés, ya que vuelven a su nivel anterior. Si la estructura productiva se hubiera alargado como consecuencia de un aumento del ahorro real de la sociedad no se hubieran producido estos efectos señalados, ya que en una economía de mercado la estructura productiva siempre va acoplándose al esquema que los consumidores libremente van definiendo.

Llegados a este punto, los empresarios se dan cuenta de que se han equivocado a la hora de invertir (por recibir señales falsas y no por tener un supuesto excesivo afán de ganancias, como dicen algunos). Principalmente se dan cuenta de sus malas inversiones al observar los grandes beneficios que están obteniendo las industrias de bienes de consumo. El consumo de bienes de primer orden (bienes de consumo) de la sociedad ha aumentado tanto que no se liberan los recursos necesarios para concluir esos proyectos iniciados. Concluyen, por tanto, que ha sido un error el llevar recursos productivos del consumo hacia las industrias de bienes de capital.

La depresión económica no es una crisis de exceso de inversión, sino de mala inversión. Es necesario un reajuste en la estructura productiva. Por eso se dice que las recesiones son necesarias y "sanas", porque son el comienzo de la recuperación. Se han puesto de manifiesto los errores cometidos y hay que liquidar los proyectos de inversión no rentables emprendidos y trasladar mano de obra y recursos productivos hacia sectores que los consumidores demanden más.


Sencillamente, las crisis y las depresiones económicas no se pueden evitar si se producen como consecuencia de expansiones crediticias. No "se solucionan" con planes, sino que se deben prevenir impidiendo políticas de expansión crediticia. Son las administraciones las que mantienen el actual sistema bancario, las que han enviado señales falsas a los empresarios y las que han distorsionado la estructura productiva. Es a ellas, por tanto, a las que hay que pedir responsabilidades.

Es cierto que es posible posponer el desencadenamiento de la crisis si se conceden nuevos créditos sin respaldo de ahorro real a una velocidad que no pueda ser anticipada por los agentes económicos, pero en cualquier caso, hay que tener en cuenta que la depresión es inevitable y que cuando finalmente llegue será más duradera y pronunciada. Cuanto más dinero se introduzca en el sistema, más complicado y más difícil será el reajuste necesario en la estructura productiva. Lo que significa que la sociedad se empobrece porque se está perdiendo (o infrautilizando) una parte de su capital al desviarlo a industrias y sectores menos eficientes.

¿De qué manera ayudan los tan alabados planes de rescate y demás intervenciones de los gobiernos a la imprescindible reasignación de los recursos mal invertidos? Está claro que de ninguna. ¿De qué sirven entonces? De nada. Sería deseable que si el poder político no puede frenar o contener sus ansias intervencionistas para legitimarse, al menos tomase medidas en beneficio de la sociedad y no solamente de ellos. Por ejemplo, las siguientes tres medidas nos serían de gran ayuda a los ciudadanos ya que ayudarían a prevenir las crisis:

1) Privatizar la moneda. Debe existir completa libertad de moneda para que no se pueda controlar su emisión ni su valor. Hay que privatizar el dinero y sustituirlo por su equivalente metálico en oro.

2) Pasar a un sistema de libertad bancaria y abolir inmediatamente los bancos centrales. Debe cesar el control de los mercados financieros y bancarios.

3) Garantizar la liquidez prohibiendo a los bancos que se endeuden a corto y presten a largo, o manteniendo un sistema bancario con un 100% de coeficiente de caja. Hay que sustituir el actual sistema de reserva fraccionaria.

En cuanto a España, es cierto que el Gobierno no es el culpable de la crisis subprime, pero podría tomar medidas positivas para aliviarla y favorecer la recuperación. Desde luego, las que está tomando no hacen sino agravar la situación.

Primero, el Gobierno debe olvidar la idea de los famosos rescates y demás planes Paulson porque la compra de activos de mala calidad no puede resolver la crisis y no tiene sentido que el contribuyente financie todos los activos basura de los bancos. Las malas inversiones deben ser liquidadas para no perpetuar la crisis indefinidamente. Estos rescates se hacen con cargo al ahorro de los contribuyentes desviándolo hacia inversiones que no tienen futuro. Hay que dejar quebrar a las empresas que se han equivocado y no privatizar las ganancias ni socializar las pérdidas.

Además, el Gobierno debe hacer que la reestructuración sea lo más rápida y menos dolorosa posible. Por lo tanto, debe flexibilizar el mercado laboral (que es muy rígido), desregular los principales sectores afectados (y todos los demás, por supuesto) y reducir la presión fiscal lo máximo posible.

¿Caerán todas estas brevas? No sé yo...



17 de octubre de 2008

Sobre la escasez (II): relación entre la escasez y el valor de los bienes económicos


En este artículo publicado en Asturias Liberal hablo de la relación que existe entre escasez y valor de los bienes económicos.



Hemos señalado anteriormente que un bien es escaso cuando no podemos disponer de una cantidad necesaria de aquello que consideramos útil. Se trata de un bien que es importante para nosotros. Por tanto, los bienes son escasos en relación con nuestras necesidades. Existe una desproporción entre lo que podemos disponer y nuestras necesidades. El valor de un bien surge de tomar conciencia de la significación que tendría para nuestra vida y bienestar el poder disponer de una determinada cantidad de ese bien. La escasez es el origen del valor.

Sin el ser humano no tiene sentido hablar de medios escasos. Podemos decir que los recursos son escasos no desde que el mundo es mundo como se suele decir, sino desde que el hombre es hombre. Es éste el que determina el valor de los distintos bienes. El valor de un bien (utilidad) es la apreciación subjetiva más o menos intensa que el actor da al medio que piensa que servirá para satisfacer un fin. Conforme el fin tenga más importancia, el valor del medio será más alto.

En este sentido, la importancia de un determinado bien no depende de su supuesto valor intrínseco. Sino que depende, en última instancia, de nuestras necesidades, que son culturales y subjetivas. El valor no es algo intrínseco, no está en las cosas. Es la propia conducta humana, exclusivamente, la que crea el valor. Como señaló Mises, “somos nosotros quienes lo llevamos dentro; depende, en cada caso, de cómo reaccione el sujeto ante específicas circunstancias externas.” Lo único objetivo es que las cosas están ahí y en unas cantidades concretas, pero su valor está determinado por los juicios que los hombres se hacen sobre lo que esos bienes mejorarían su vida y su bienestar.

Un mismo vaso de agua, por ejemplo, no tendrá siempre el mismo valor aun siendo intrínsecamente el mismo vaso de agua. Su valor será diferente en un restaurante que en medio del desierto. En el primer caso su valor será bajo mientras que en el segundo escenario será infinitamente alto. La objetivación de los bienes no sólo no sabe explicar esta diferencia de valor, sino que además ha creado una enorme confusión en torno a los fundamentos de la ciencia económica.

Otro ejemplo curioso es el petróleo. El petróleo siempre ha tenido las mismas características y siempre ha estado ahí. Sin embargo, en el siglo XIX se le denominaba “la maldición de Texas” porque cuando subía a la superficie, se inundaban los campos de un líquido viscoso negro maloliente que hacía que el ganado no pudiese pastar. También el hierro, el cobre, el carbón, el uranio y muchos otros recursos naturales han estado presentes y han formado parte del planeta desde su inicio, y sin embargo sólo se les ha dado valor desde el momento en que el ser humano ha empezado a utilizarlos y a servirse de ellos.

El lugar que un bien ocupa en nuestra escala de valores tampoco depende de su cantidad concreta o rareza objetiva. Hay muchas cosas en la naturaleza que están en cantidades pequeñas pero que no les damos ningún valor ni las tenemos en cuenta al actuar. El ejemplo que puso Robbins fue el de los huevos podridos, que son raros pero no se pueden considerar escasos porque no tienen ningún valor (positivo) para el ser humano. La cantidad objetiva sólo será relevante en cuanto a la escasez cuando el bien en cuestión sea (culturalmente) demandado.

ver también: Sobre la escasez (I): vivimos en un mundo de recursos escasos




9 de octubre de 2008

Sobre la escasez (I): vivimos en un mundo de recursos escasos


Este artículo publicado en Asturias Liberal es el primero de una serie de artículos en los que trataré la escasez y sus consecuencias. También publicado en Aragón Liberal.


La mayoría de los errores en los campos de la economía y la política provienen de no entender el problema fundamental de la economía y de la existencia humana: la escasez.

Es habitual ver a la clase política, a los medios de comunicación e incluso catedráticos de economía, apoyar mensajes y teorías intervencionistas que prometen eliminar la escasez de algún recurso de forma mágica o en base a buenas intenciones. Son comunes los eslóganes del tipo “haremos que todo el mundo tenga una vivienda” o “sanidad gratis para todos”.

Sin embargo, las continuas regulaciones e intervenciones en los mercados y las inseguridades jurídicas que desembocan en pobreza y crisis económicas son fruto de no entender qué es la escasez y de qué manera debemos luchar contra ella.

Con respecto a la escasez podríamos decir, como diría Goethe, que todos la viven pero nadie la entiende. Y es que si hay algo cierto, además de la muerte y los impuestos, es que vivimos en un mundo de recursos escasos. Estamos rodeados de escasez de bienes, tiempo y energía. Este problema se ha presentado en todas las etapas de la humanidad sin excepción.

¿Qué significa que un bien sea escaso? Que no podemos disponer de una cantidad ilimitada de aquello que consideramos útil.

Ciertamente, no estaría mal vivir en el Jardín de Edén. Colocados allí como Adán y Eva, contemplando el árbol de la ciencia del bien y del mal y el árbol de la vida. Recién creados por Dios, que nos entregaría todo aquello que necesitásemos para tener gozo, placer y armonía. De este modo no nos faltaría de nada. Todos los bienes serían superabundantes. Sería bienes libres, porque están disponibles en tal abundancia que no es preciso administrarlos.

Pero hasta que el tiempo se haya cumplido y estemos en el Reino de Dios, la realidad es bastante diferente. Nos encontramos con bienes escasos, llamados también bienes económicos.

A parte de nuestra experiencia diaria, la lógica de la acción nos lleva a deducir que los medios han de ser forzosamente escasos, puesto que si no lo fueran, no serían tenidos en cuenta a la hora de actuar. Es decir, allí donde no hay escasez no hay acción humana. Toda acción humana presupone la escasez.

Dice Mises que la acción tiende al estado de reposo pero que nunca lo alcanza. En este estado se habría suprimido todo malestar, lo cual significaría la supresión de toda actividad. Los intercambios entre personas se detendrían porque nadie creería posible mejorar su situación mediante otra actuación. Se trataría de una situación en la que los medios no serían escasos, por lo que estarían plenas todas nuestras necesidades y no necesitaríamos llevar a cabo ulteriores acciones. Sin embargo, los medios son, por definición, insuficientes para la satisfacción de todas nuestras necesidades. A este tipo de bienes que el actor cree subjetivamente que son necesarios para alcanzar algún fin los hemos denominado anteriormente bienes económicos. Constituyen el fundamento de la acción y únicamente de ellos se ocupa la economía.

ver también: Sobre la escasez (II): la relación entre escasez y los bienes económicos