25 de agosto de 2008

La dependencia psicológica y la entrega de la libertad


En este artículo publicado en el Instituto Juan de Mariana hablo de la dependencia psicológica del individuo hacia el Estado.


La legitimidad del Estado y sus gobernantes no se basa principalmente en la represión, sino en la condescendencia de sus ciudadanos. Son ellos los que hacen que sea soberano, es decir, que sus decisiones sean “finales”.

El sometimiento no es físico, sino psíquico. La estabilidad social depende del hecho de que los hombres se encuentren en una situación psíquica que los arraigue a una situación social concreta.

La esfera política puede influir y fomentar esta condescendencia consiguiendo que se perpetúe en el individuo adulto la situación psíquica que experimentó en la infancia, en donde no podía sobrevivir sin su familia, y cuyos impulsos vitales se adhirieron primeramente a los objetos que le daban protección y satisfacción frente al desamparo: su madre y su padre.

La dependencia psíquica infantil que se promueve hace que el Estado se imponga en el inconsciente del individuo como una figura paterna. Lo cual lleva consigo una evidente adoración y veneración hacia las políticas estatales intervencionistas. Principalmente en todo lo relativo a los derechos positivos, es decir, los derechos que supuestamente tiene una persona a que se le cubran una serie de necesidades: salud, vivienda, trabajo, alimentación e incluso una renta fija mínima.

El individuo adulto espera que el Estado, cumpliendo con su función paterna, elimine la crueldad y la incertidumbre del destino, además de compensarlo por los sufrimientos, las frustraciones y las necesidades que acarrean una vida civilizada en común.

El extremo es el hedonista político (que diría Strauss), que llega incluso a reverenciar a los representantes políticos ya que los considera sabios y cree que desean su bien y su felicidad. Entiende que es un buen ciudadano porque cumple con todo lo estipulado por la élite política sin ningún espíritu crítico, creyendo que es lo apropiado y lo justo, de la misma forma que de niño acataba sin más las afirmaciones de su padre. Su docilidad consigue un premio/recompensa: el elogio de éstos. Además, esto refuerza a la clase política y a toda la maquinaria estatal, ya que la culpabilidad de sus acciones no recaerá en ellos, sino en los propios ciudadanos, que asumirán toda la responsabilidad.

El hombre necesita darse cuenta que esta situación desemboca en una eterna infancia, en donde lo único que busca el individuo adulto es evadirse de sus responsabilidades.

El objetivo del hombre adulto es deshacerse de estas cadenas políticas. Debe romper esa dinámica para ser verdaderamente libre; debe sustituir la dependencia por autonomía; debe cortar esos vínculos primarios porque impiden su desarrollo humano completo; debe realizar su individualidad y no subordinarse a un poder exterior a sí mismo; debe, en definitiva, creer que le es posible gobernarse a sí mismo y tomar sus propias decisiones, en vez de estar ansioso de entregar su libertad.


12 de agosto de 2008

Samaranch y la politización de las Olimpiadas


Este artículo está publicado en Olímpico Desprecio, un blog en el que se rechaza la celebración de los Juegos Olímpicos en China, un país que no respeta los más básicos Derechos Humanos y que encabeza los listados de ejecuciones al año. Como forma de protesta un grupo de persona ha creado Olímpico Desprecio, que mientras se celebre la cita olímpica, expondrán las razones de su rechazo y las realidades de la sociedad China.


La idea de que la política no participa en los Juegos Olímpicos no puede ser más inocente y estar más alejada de la realidad. Y es que lo político está presupuesto en los Juegos Olímpicos desde el mismo momento en el que intervienen los Estados. Y si tenemos en cuenta que las Olimpiadas las organizan, se llevan a cabo y participan los Estados, no cabe ninguna duda de que están irremediablemente politizadas de principio a fin. El aparato de compulsión y coacción lo hacen funcionar personas de carne y hueso, que no pueden dejar pasar estos grandes y espectaculares eventos para alcanzar sus propios fines.

Los poderes políticos no sólo necesitan y aprovechan estos eventos por los beneficios económicos que conllevan, sino principalmente para legitimarse. Esto es importantísimo, ya que un Estado no puede obtener obediencia simplemente mediante la represión. Incluso habiendo un partido único como es el caso chino (o precisamente por este motivo), éste debe controlar la opinión pública, ya que no puede sostenerse a largo plazo si sus políticas no son aceptadas por la mayoría de los gobernados. Debe conseguir que los ciudadanos/súbditos obedezcan sus órdenes sin necesidad de castigos ni recompensas.