15 de diciembre de 2008

Hay que privatizar la moneda


En este artículo explico una de las condiciones para alcanzar un sistema monetario sano: eliminar el monopolio gubernamental sobre la moneda. Se ha publicado en el Instituto Juan de Mariana.

Cuando explicamos los motivos por los cuales se producen las crisis económicas, aconsejamos que para prevenirlas y alcanzar un sistema monetario sano sería necesario que la abolición de los bancos centrales fuese acompañada de la privatización del dinero. Dicho de otra manera: hay que eliminar el monopolio gubernamental sobre la moneda, que es una institución vital para la vida económica ya que sin ella no habría precios y se limitarían considerablemente los intercambios.

La primera idea importante con respecto al dinero es que no son los gobiernos los que dan valor al dinero ni los que deciden qué es dinero. Señaló Menger que sólo podemos entender el
origen del dinero si consideramos este procedimiento social como un resultado espontáneo, es decir, como consecuencia no prevista de los esfuerzos individuales.

Y es que el dinero surge al intentar solucionar los problemas que presenta el trueque (intercambio directo). A lo largo de la historia se han utilizado muchos bienes distintos como medio de intercambio: ganado, sal, café, azúcar, esclavos, seda, entre otros. Sin embargo, finalmente se llegó en casi todas las zonas y culturas a utilizar los metales como medio de intercambio. En especial la plata y
el oro. Lo cual nos demuestra que estos bienes cumplen mejor las funciones de dinero que el resto de bienes. Por tanto, es la gente, mediante un procedimiento de prueba y error, la que decide en qué bien o bienes conservar su riqueza.

De la misma forma que el lenguaje, el mercado o el derecho, la moneda debe caer dentro del concepto de orden espontáneo. La salud de la moneda sólo se consigue permitiendo emisores privados que compitan, ya que sólo de esta manera podemos descubrir empresarialmente qué dinero es más conveniente para la gente.

Los productores de dinero intentarán descubrir oportunidades de ganancia y aprovecharlas en un proceso dinámico sin fin, rivalizando unos con otros en el ofrecimiento de beneficios. Pese a que no podemos saber los resultados concretos de un mercado de dinero que evoluciona libremente, White señala algunos servicios que podrían ofrecer: convertibilidad fácil, formas y tamaños convenientes, colores atractivos, seguros contra falsificaciones y un conjunto ventajoso de valores nominales, entre otros. Evidentemente, el monopolio gubernamental de la moneda hace imposible la función y el descubrimiento empresarial que llevaría a cabo este proceso.

Las consecuencias de que se nos haya expropiado el dinero, es decir, de utilizar papel moneda no convertible en un entorno de curso forzoso, son altamente perjudiciales. Por un lado, el papel moneda inconvertible es un bien que la gente no desea por sí mismo porque no cumple la función principal del dinero: la conservación de valor. Es por ello que la gente tiene que
trasladar riqueza a bienes como la propiedad inmobiliaria, las materias primas o las acciones. El papel moneda sólo se utiliza para realizar pagos.

Por otro lado, aumenta notablemente el poder y el intervencionismo de los gobiernos. Se entra (a partir de 1971) en la “era de la inflación” (Rueff), ya que los gobiernos la utilizan como recurso. Hasta que fue expropiado por el Estado, el oro impedía a los gobiernos expandir la oferta crediticia exógenamente, porque el oro no podía ser creado “de la nada”. Ya no existe la preocupación de conservar las suficientes reservas metálicas para hacer frente a sus compromisos.

Sencillamente, un mercado competitivo de dinero es la mejor garantía contra la inflación. Hay que eliminar el curso forzoso legal y todas las restricciones legales sobre la moneda porque destruye el proceso de descubrimiento empresarial y limita las opciones de medios de intercambio.

Por ello, Hayek afirmó que los gobiernos han explotado sistemáticamente el monopolio de la moneda en beneficio propio y en perjuicio de la población, y añadió que “espero que no se tarde mucho en comprender que la libertad en utilizar la moneda que libremente se prefiere constituye una marca esencial de un país libre”.


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8 de diciembre de 2008

Homeschooling y división del trabajo


En este artículo hablo acerca del homeschooling y su relación con la división del trabajo. Se ha publicado en Asturias Liberal.


Recientemente leí un interesante artículo de Joaquín Santiago en el Instituto Juan de Mariana y reproducido en Asturias Liberal titulado Educar en Casa. En uno de los comentarios, José Carlos Rodríguez comentaba que, pese a que él apoya totalmente la libertad de educar en casa, considera que esto supone un “paso atrás en la división del trabajo”. Creo que es erróneo plantear esta idea en el actual debate, ya que su formulación lleva implícita otra idea que considero equivocada: que el ser humano individual debe favorecer la división del trabajo.

Ciertamente, todos estamos de acuerdo que la división del trabajo es un fenómeno social fundamental. Es, sin duda, una de las bases de la generación de riqueza de la sociedad. Todas nuestras necesidades actuales serían imposibles de alcanzar sin la división del trabajo. Sencillamente, a menor división del trabajo y especialización, menor número de necesidades podemos cumplir y proponernos alcanzar.

Pero esto no significa que nadie este obligado a “contribuir” a ella. Nadie está obligado a contribuir a una especie de División del Trabajo Universal de la misma forma que nadie está obligado a intercambiar bienes. La división del trabajo no es un proyecto deliberado de la humanidad en su conjunto, sino una happy coincidence, una consecuencia involuntaria y espontánea. De ahí que incluso no sean necesarios grandes conocimientos teóricos de lo que significa la división del trabajo para participar en ella.

Tendría sentido hablar de “pasos atrás” en la división del trabajo sólo cuando el poder político toma alguna medida que distorsiona la libre actuación de los individuos impidiendo y dificultando que aumenten su especialización. Es decir, cuando se impide la especialización voluntaria por medio coactivos.

Pero decir que un padre que educa a su hijo en casa no contribuye a la división del trabajo sería lo mismo que decir que yo no estoy contribuyendo a la división del trabajo si arreglo un mueble de mi casa que se ha roto, si coso un botón de un vestido, si me hago la comida o si arreglo el Internet de mi casa cuando falla. ¿Por qué se debe favorecer necesariamente la división del trabajo en todos estos casos? Simplemente, no tiene sentido desde una perspectiva individualista.

Lo único real es que a los individuos los mueve el deseo de mejorar SU situación individual, es decir, pasar de una situación menos satisfactoria a otra más satisfactoria. Sólo existe la búsqueda del interés individual, que evidentemente puede tener componentes altruistas. El ser humano valora las distintas opciones que se le presentan y debe elegir la que subjetivamente cree que es la más adecuada para satisfacer sus fines. Por tanto, el ser humano sólo coopera y colabora con otros si cree subjetivamente que obtendrá un beneficio (ya sea espiritual o material).

Si la cooperación no brindara ningún beneficio, el ser humano no tendría ningún incentivo para llevarlo a cabo. Una persona puede elegir no intercambiar el servicio de la educación de la misma forma que puede no intercambiar otro servicio, que es precisamente el caso de los padres que deciden educar a su hijo en casa. Consideran que nadie puede ofrecer un mejor servicio de educación a sus hijos, y por lo tanto, no intercambian. Prestan el servicio ellos mismos. Simplemente eso. No están obligados a favorecer la división del trabajo, sino a dar la mejor educación posible a sus hijos.