22 de octubre de 2008

Sobre las crisis económicas, los planes y demás intervenciones


En este artículo publicado en el Instituto Juan de Mariana trato de explicar muy brevemente qué es una depresión económica, qué efectos tienen las intervenciones, cómo evitarlas, cómo salir de ellas y el motivo por el que los planes y rescates no solucionan ninguna crisis.


La verdad es que la crisis actual es dolorosa pero instructiva e interesante. Es asombroso ver que, siendo las administraciones las culpables de los orígenes de las crisis, se presentan como únicos y verdaderos salvadores; que los gobiernos de los principales países del mundo proponen medidas para solucionar la crisis que son simplemente parches para un sistema monetario que está enfermo de raíz; que el desconocimiento que tiene la opinión pública sobre las crisis económicas y las causas que las producen; y aún más, si cabe, hasta dónde puede llegar la retórica antiliberal y la indignante afinidad psicológica al intervencionismo que tiene la inmensa mayoría de los ciudadanos-contribuyentes.

Trataré de explicar brevemente qué es una depresión económica, qué efectos tienen las intervenciones, cómo evitarlas, cómo salir de ellas y el motivo por el que los planes y rescates no solucionan ninguna crisis.

Empecemos por el principio. ¿Qué es una depresión económica? Es la fase en que se reajusta la estructura productiva (conjunto de etapas en que se encuentra dividido el proceso de producción) que se ha visto distorsionada por la inflación, entendiendo ésta no como el aumento generalizado de precios, sino como el incremento de la cantidad de dinero en el sistema económico como consecuencia de políticas intervencionistas de expansión crediticia, que suele producir, aunque no siempre, un aumento de los precios porque la moneda pierde valor.

El envilecimiento de la moneda no sólo hace que ésta valga menos, sino que además distorsiona totalmente la estructura productiva. Habitualmente esto se efectúa mediante la concesión de facilidades crediticias a los bancos y reducción los tipos de interés.


Ésta es la raíz de las crisis, ya que al reducir los tipos de forma arbitraria, se fomenta que los bancos sean más flexibles y proclives a conceder créditos ya que se encuentran respaldados por los bancos centrales. Esta reducción de tipos hace que los empresarios vean como rentables negocios que en realidad no lo son. Emprenden nuevos proyectos de inversión más largos, contratando a trabajadores y comprando bienes de capital. Se les induce a actuar como si el ahorro de la sociedad se hubiese incrementado, cuando la realidad es que se trata de dinero inflacionario que han creado artificialmente gobiernos y bancos.

Evidentemente, tarde o temprano se pone de manifiesto que este aparente boom (como le gusta decir al profesor Huerta de Soto) no tiene base y se derrumba. El profesor Huerta señala tres reacciones o efectos: primero, los empresarios se dan cuenta que el precio de los factores de producción aumenta, por lo que los costes reales son bastante más elevados de lo que habían previsto; segundo, se produce un gran aumento en el precio de los bienes de consumo porque su demanda aumenta mucho y porque disminuye la oferta de esos bienes; y tercero, se da un notable aumento de los tipos de interés, ya que vuelven a su nivel anterior. Si la estructura productiva se hubiera alargado como consecuencia de un aumento del ahorro real de la sociedad no se hubieran producido estos efectos señalados, ya que en una economía de mercado la estructura productiva siempre va acoplándose al esquema que los consumidores libremente van definiendo.

Llegados a este punto, los empresarios se dan cuenta de que se han equivocado a la hora de invertir (por recibir señales falsas y no por tener un supuesto excesivo afán de ganancias, como dicen algunos). Principalmente se dan cuenta de sus malas inversiones al observar los grandes beneficios que están obteniendo las industrias de bienes de consumo. El consumo de bienes de primer orden (bienes de consumo) de la sociedad ha aumentado tanto que no se liberan los recursos necesarios para concluir esos proyectos iniciados. Concluyen, por tanto, que ha sido un error el llevar recursos productivos del consumo hacia las industrias de bienes de capital.

La depresión económica no es una crisis de exceso de inversión, sino de mala inversión. Es necesario un reajuste en la estructura productiva. Por eso se dice que las recesiones son necesarias y "sanas", porque son el comienzo de la recuperación. Se han puesto de manifiesto los errores cometidos y hay que liquidar los proyectos de inversión no rentables emprendidos y trasladar mano de obra y recursos productivos hacia sectores que los consumidores demanden más.


Sencillamente, las crisis y las depresiones económicas no se pueden evitar si se producen como consecuencia de expansiones crediticias. No "se solucionan" con planes, sino que se deben prevenir impidiendo políticas de expansión crediticia. Son las administraciones las que mantienen el actual sistema bancario, las que han enviado señales falsas a los empresarios y las que han distorsionado la estructura productiva. Es a ellas, por tanto, a las que hay que pedir responsabilidades.

Es cierto que es posible posponer el desencadenamiento de la crisis si se conceden nuevos créditos sin respaldo de ahorro real a una velocidad que no pueda ser anticipada por los agentes económicos, pero en cualquier caso, hay que tener en cuenta que la depresión es inevitable y que cuando finalmente llegue será más duradera y pronunciada. Cuanto más dinero se introduzca en el sistema, más complicado y más difícil será el reajuste necesario en la estructura productiva. Lo que significa que la sociedad se empobrece porque se está perdiendo (o infrautilizando) una parte de su capital al desviarlo a industrias y sectores menos eficientes.

¿De qué manera ayudan los tan alabados planes de rescate y demás intervenciones de los gobiernos a la imprescindible reasignación de los recursos mal invertidos? Está claro que de ninguna. ¿De qué sirven entonces? De nada. Sería deseable que si el poder político no puede frenar o contener sus ansias intervencionistas para legitimarse, al menos tomase medidas en beneficio de la sociedad y no solamente de ellos. Por ejemplo, las siguientes tres medidas nos serían de gran ayuda a los ciudadanos ya que ayudarían a prevenir las crisis:

1) Privatizar la moneda. Debe existir completa libertad de moneda para que no se pueda controlar su emisión ni su valor. Hay que privatizar el dinero y sustituirlo por su equivalente metálico en oro.

2) Pasar a un sistema de libertad bancaria y abolir inmediatamente los bancos centrales. Debe cesar el control de los mercados financieros y bancarios.

3) Garantizar la liquidez prohibiendo a los bancos que se endeuden a corto y presten a largo, o manteniendo un sistema bancario con un 100% de coeficiente de caja. Hay que sustituir el actual sistema de reserva fraccionaria.

En cuanto a España, es cierto que el Gobierno no es el culpable de la crisis subprime, pero podría tomar medidas positivas para aliviarla y favorecer la recuperación. Desde luego, las que está tomando no hacen sino agravar la situación.

Primero, el Gobierno debe olvidar la idea de los famosos rescates y demás planes Paulson porque la compra de activos de mala calidad no puede resolver la crisis y no tiene sentido que el contribuyente financie todos los activos basura de los bancos. Las malas inversiones deben ser liquidadas para no perpetuar la crisis indefinidamente. Estos rescates se hacen con cargo al ahorro de los contribuyentes desviándolo hacia inversiones que no tienen futuro. Hay que dejar quebrar a las empresas que se han equivocado y no privatizar las ganancias ni socializar las pérdidas.

Además, el Gobierno debe hacer que la reestructuración sea lo más rápida y menos dolorosa posible. Por lo tanto, debe flexibilizar el mercado laboral (que es muy rígido), desregular los principales sectores afectados (y todos los demás, por supuesto) y reducir la presión fiscal lo máximo posible.

¿Caerán todas estas brevas? No sé yo...



17 de octubre de 2008

Sobre la escasez (II): relación entre la escasez y el valor de los bienes económicos


En este artículo publicado en Asturias Liberal hablo de la relación que existe entre escasez y valor de los bienes económicos.



Hemos señalado anteriormente que un bien es escaso cuando no podemos disponer de una cantidad necesaria de aquello que consideramos útil. Se trata de un bien que es importante para nosotros. Por tanto, los bienes son escasos en relación con nuestras necesidades. Existe una desproporción entre lo que podemos disponer y nuestras necesidades. El valor de un bien surge de tomar conciencia de la significación que tendría para nuestra vida y bienestar el poder disponer de una determinada cantidad de ese bien. La escasez es el origen del valor.

Sin el ser humano no tiene sentido hablar de medios escasos. Podemos decir que los recursos son escasos no desde que el mundo es mundo como se suele decir, sino desde que el hombre es hombre. Es éste el que determina el valor de los distintos bienes. El valor de un bien (utilidad) es la apreciación subjetiva más o menos intensa que el actor da al medio que piensa que servirá para satisfacer un fin. Conforme el fin tenga más importancia, el valor del medio será más alto.

En este sentido, la importancia de un determinado bien no depende de su supuesto valor intrínseco. Sino que depende, en última instancia, de nuestras necesidades, que son culturales y subjetivas. El valor no es algo intrínseco, no está en las cosas. Es la propia conducta humana, exclusivamente, la que crea el valor. Como señaló Mises, “somos nosotros quienes lo llevamos dentro; depende, en cada caso, de cómo reaccione el sujeto ante específicas circunstancias externas.” Lo único objetivo es que las cosas están ahí y en unas cantidades concretas, pero su valor está determinado por los juicios que los hombres se hacen sobre lo que esos bienes mejorarían su vida y su bienestar.

Un mismo vaso de agua, por ejemplo, no tendrá siempre el mismo valor aun siendo intrínsecamente el mismo vaso de agua. Su valor será diferente en un restaurante que en medio del desierto. En el primer caso su valor será bajo mientras que en el segundo escenario será infinitamente alto. La objetivación de los bienes no sólo no sabe explicar esta diferencia de valor, sino que además ha creado una enorme confusión en torno a los fundamentos de la ciencia económica.

Otro ejemplo curioso es el petróleo. El petróleo siempre ha tenido las mismas características y siempre ha estado ahí. Sin embargo, en el siglo XIX se le denominaba “la maldición de Texas” porque cuando subía a la superficie, se inundaban los campos de un líquido viscoso negro maloliente que hacía que el ganado no pudiese pastar. También el hierro, el cobre, el carbón, el uranio y muchos otros recursos naturales han estado presentes y han formado parte del planeta desde su inicio, y sin embargo sólo se les ha dado valor desde el momento en que el ser humano ha empezado a utilizarlos y a servirse de ellos.

El lugar que un bien ocupa en nuestra escala de valores tampoco depende de su cantidad concreta o rareza objetiva. Hay muchas cosas en la naturaleza que están en cantidades pequeñas pero que no les damos ningún valor ni las tenemos en cuenta al actuar. El ejemplo que puso Robbins fue el de los huevos podridos, que son raros pero no se pueden considerar escasos porque no tienen ningún valor (positivo) para el ser humano. La cantidad objetiva sólo será relevante en cuanto a la escasez cuando el bien en cuestión sea (culturalmente) demandado.

ver también: Sobre la escasez (I): vivimos en un mundo de recursos escasos




9 de octubre de 2008

Sobre la escasez (I): vivimos en un mundo de recursos escasos


Este artículo publicado en Asturias Liberal es el primero de una serie de artículos en los que trataré la escasez y sus consecuencias. También publicado en Aragón Liberal.


La mayoría de los errores en los campos de la economía y la política provienen de no entender el problema fundamental de la economía y de la existencia humana: la escasez.

Es habitual ver a la clase política, a los medios de comunicación e incluso catedráticos de economía, apoyar mensajes y teorías intervencionistas que prometen eliminar la escasez de algún recurso de forma mágica o en base a buenas intenciones. Son comunes los eslóganes del tipo “haremos que todo el mundo tenga una vivienda” o “sanidad gratis para todos”.

Sin embargo, las continuas regulaciones e intervenciones en los mercados y las inseguridades jurídicas que desembocan en pobreza y crisis económicas son fruto de no entender qué es la escasez y de qué manera debemos luchar contra ella.

Con respecto a la escasez podríamos decir, como diría Goethe, que todos la viven pero nadie la entiende. Y es que si hay algo cierto, además de la muerte y los impuestos, es que vivimos en un mundo de recursos escasos. Estamos rodeados de escasez de bienes, tiempo y energía. Este problema se ha presentado en todas las etapas de la humanidad sin excepción.

¿Qué significa que un bien sea escaso? Que no podemos disponer de una cantidad ilimitada de aquello que consideramos útil.

Ciertamente, no estaría mal vivir en el Jardín de Edén. Colocados allí como Adán y Eva, contemplando el árbol de la ciencia del bien y del mal y el árbol de la vida. Recién creados por Dios, que nos entregaría todo aquello que necesitásemos para tener gozo, placer y armonía. De este modo no nos faltaría de nada. Todos los bienes serían superabundantes. Sería bienes libres, porque están disponibles en tal abundancia que no es preciso administrarlos.

Pero hasta que el tiempo se haya cumplido y estemos en el Reino de Dios, la realidad es bastante diferente. Nos encontramos con bienes escasos, llamados también bienes económicos.

A parte de nuestra experiencia diaria, la lógica de la acción nos lleva a deducir que los medios han de ser forzosamente escasos, puesto que si no lo fueran, no serían tenidos en cuenta a la hora de actuar. Es decir, allí donde no hay escasez no hay acción humana. Toda acción humana presupone la escasez.

Dice Mises que la acción tiende al estado de reposo pero que nunca lo alcanza. En este estado se habría suprimido todo malestar, lo cual significaría la supresión de toda actividad. Los intercambios entre personas se detendrían porque nadie creería posible mejorar su situación mediante otra actuación. Se trataría de una situación en la que los medios no serían escasos, por lo que estarían plenas todas nuestras necesidades y no necesitaríamos llevar a cabo ulteriores acciones. Sin embargo, los medios son, por definición, insuficientes para la satisfacción de todas nuestras necesidades. A este tipo de bienes que el actor cree subjetivamente que son necesarios para alcanzar algún fin los hemos denominado anteriormente bienes económicos. Constituyen el fundamento de la acción y únicamente de ellos se ocupa la economía.

ver también: Sobre la escasez (II): la relación entre escasez y los bienes económicos